Estoy por asegurar y, si alguien me apura, a declarar dogma de fe, que las papelerías tienen un olor tan reconocible que, como magdalena de Proust, es capaz de realizar instantáneamente las más afiladas proezas y abrir los cajones cerrados de la memoria como un oscuro sortilegio imposible de entender. Claro es que estos prodigios son propios de gentes añosas que frecuentaron en su niñez esos templos llenos de cajas misteriosas y tesoros expuestos en vetustos anaqueles. Los jóvenes alevines de hoy en día apenas utilizan otras herramientas que los nuevos y asépticos aparatos electrónicos que dejan escasa huella visual, táctil y, sobre todo, olfativa. Porque de eso se trata hoy, de identificar en qué consiste ése olor que casi todos reconocemos pero que pocos son capaces de describir y porque no tiene documento nacional de identidad ni cartilla; solo un cóctel de recuerdos y materiales en desuso.
(foto: lovelystationery.com)
Me apeo, pues, de oníricas veleidades para hacer trabajo de sabueso narigudo y detective de fragancias; para intentar poner nombre, una vez disfrutados, a los aromas que toda buena papelería esconde entre sus paredes. Porque, me me preguntado muchas veces, ¿cómo es posible que huelan igual los viejos y los nuevos establecimientos? Y he venido a pensar que no es el continente el que determina ese inconfundible aroma, ese bálsamo olfativo perfectamente familiar que nos cautiva. Es el contenido.
Creo que hay cinco elementos esenciales que, juntos y bien combinados, dan como resultado la inconfundible esencia pura de papelería.
La tinta
Por un lado, la de las estilográficas que se usa para probar. Cada vez es menos frecuente pero en toda buena papelería hay varios frascos abiertos donde mojar la pequeña plumilla de acero o el dorado plumín. Las tintas tradicionales olían de manera mucho más penetrante que las modernas aunque esa tendencia ha ido desapareciendo. Aún es posible recuperar su inconfundible aroma aspirando los deliciosos efluvios de la primera Havana de Waterman o las Quink de Parker.
(foto: The Pen Market)
Los libros
Junto a esas tintas, están las de los libros y cuadernos. Ignoro qué componentes tenían pero casi todos sabemos cómo huelen los libros nuevos. Como es lógico, ello deriva de cómo se han fabricado sus componentes esenciales: el papel, la tinta y los productos usados para encuadernar. En todos ellos se usan productos químicos de olores característicos. A veces, es la tinta la que resulta más fragante; otras, el peróxido de hidrógeno usado para blanquear el papel. Otras, el adhesivo de las tapas.
El papel
Los diferentes fabricantes de papel utilizan diversos componentes que dan como resultado ese característico olor a cuaderno listo para estrenar. Las nuevas resmas no son tan aromáticas como los viejos folios o las entrañables fichas. No digamos los cartones y cartulinas de todo tipo. Hace años, había más fabricantes artesanales que ahora, y cada uno tenía su impronta aromática.
Las gomas de borrar
Las humildes gomas de borrar, aunque no lo parezca, tienen su propia personalidad. Las nuevas son de plástico y ya no huelen tanto, pero las antiguas tenían un aroma casi comestible. Y había numerosos modelos, grandes, pequeñas, de variados colores y texturas. Todo un mundo de pequeños cuerpos escuadrados para trabajar al lado de los lapiceros.
(foto: vivalanuevatecnologia)
Los lápices
Aquí creo que radica el principal ingrediente olfativo de las papelerías. Los lápices se hacen, generalmente, de cedro, una madera extremadamente fragante. Cuando los lapiceros eran el componente básico del plumier de cualquier estudiante de pro, su aroma inundaba las carteras y pupitres y las papelerías estaban llenas de todo tipo de ellos; de escritura, de dibujo, de colores... pequeñas barritas de balsámico cedro que llenaba los rincones y las manos de los usuarios. Yo recuerdo perfectamente el olor de la caja de colores Alpino, o el de los de dibujo artístico, más anchos y con más mina. Carboncillos, grafito, sepias, sanguinas, difuminos, cretas y el caolín de los Conté. Muchos años después, se fabricaron bolígrafos con tintas de olor, desde vainilla hasta palomita, pero nada comparable al perfume de los viejos cedros en sus cajas de cartón.
(foto: Jessica Choi)
A todo lo anterior podría añadirse el punzante aroma de los primeros rotuladores de alcohol, el plástico inmaculado de las fundas, reglas y cartabones, el cuero de los estuches, los pegamentos, la madera de los plumieres y el cartón de los viejos archivadores de fichas. Una rica panoplia que, misteriosamente combinada, nos llama como una sirena desde el interior de las viejas y por siempre inolvidables papelerías.
(foto: lovelystationery.com)
Me apeo, pues, de oníricas veleidades para hacer trabajo de sabueso narigudo y detective de fragancias; para intentar poner nombre, una vez disfrutados, a los aromas que toda buena papelería esconde entre sus paredes. Porque, me me preguntado muchas veces, ¿cómo es posible que huelan igual los viejos y los nuevos establecimientos? Y he venido a pensar que no es el continente el que determina ese inconfundible aroma, ese bálsamo olfativo perfectamente familiar que nos cautiva. Es el contenido.
Creo que hay cinco elementos esenciales que, juntos y bien combinados, dan como resultado la inconfundible esencia pura de papelería.
La tinta
Por un lado, la de las estilográficas que se usa para probar. Cada vez es menos frecuente pero en toda buena papelería hay varios frascos abiertos donde mojar la pequeña plumilla de acero o el dorado plumín. Las tintas tradicionales olían de manera mucho más penetrante que las modernas aunque esa tendencia ha ido desapareciendo. Aún es posible recuperar su inconfundible aroma aspirando los deliciosos efluvios de la primera Havana de Waterman o las Quink de Parker.
(foto: The Pen Market)
Los libros
Junto a esas tintas, están las de los libros y cuadernos. Ignoro qué componentes tenían pero casi todos sabemos cómo huelen los libros nuevos. Como es lógico, ello deriva de cómo se han fabricado sus componentes esenciales: el papel, la tinta y los productos usados para encuadernar. En todos ellos se usan productos químicos de olores característicos. A veces, es la tinta la que resulta más fragante; otras, el peróxido de hidrógeno usado para blanquear el papel. Otras, el adhesivo de las tapas.
El papel
Los diferentes fabricantes de papel utilizan diversos componentes que dan como resultado ese característico olor a cuaderno listo para estrenar. Las nuevas resmas no son tan aromáticas como los viejos folios o las entrañables fichas. No digamos los cartones y cartulinas de todo tipo. Hace años, había más fabricantes artesanales que ahora, y cada uno tenía su impronta aromática.
Las gomas de borrar
Las humildes gomas de borrar, aunque no lo parezca, tienen su propia personalidad. Las nuevas son de plástico y ya no huelen tanto, pero las antiguas tenían un aroma casi comestible. Y había numerosos modelos, grandes, pequeñas, de variados colores y texturas. Todo un mundo de pequeños cuerpos escuadrados para trabajar al lado de los lapiceros.
(foto: vivalanuevatecnologia)
Los lápices
Aquí creo que radica el principal ingrediente olfativo de las papelerías. Los lápices se hacen, generalmente, de cedro, una madera extremadamente fragante. Cuando los lapiceros eran el componente básico del plumier de cualquier estudiante de pro, su aroma inundaba las carteras y pupitres y las papelerías estaban llenas de todo tipo de ellos; de escritura, de dibujo, de colores... pequeñas barritas de balsámico cedro que llenaba los rincones y las manos de los usuarios. Yo recuerdo perfectamente el olor de la caja de colores Alpino, o el de los de dibujo artístico, más anchos y con más mina. Carboncillos, grafito, sepias, sanguinas, difuminos, cretas y el caolín de los Conté. Muchos años después, se fabricaron bolígrafos con tintas de olor, desde vainilla hasta palomita, pero nada comparable al perfume de los viejos cedros en sus cajas de cartón.
(foto: Jessica Choi)
A todo lo anterior podría añadirse el punzante aroma de los primeros rotuladores de alcohol, el plástico inmaculado de las fundas, reglas y cartabones, el cuero de los estuches, los pegamentos, la madera de los plumieres y el cartón de los viejos archivadores de fichas. Una rica panoplia que, misteriosamente combinada, nos llama como una sirena desde el interior de las viejas y por siempre inolvidables papelerías.
No estoy seguro, pero estoy por decir que esta entrada tuya es de las más bellas de tu blog. Entra por vía olfativa, pero llega directa al corazón. Efectivamente, el olor, como la música es muy traicionero. Sin embargo, de los que describes tú, el que no figura en mi memoria olfativa es el primero de todos. Mis papelerías de la infancia no tenían tinteros abiertos... aunque sí recuerdo perfectamente el tintero de Quink azul, que era el único que teníamos por casa. Bueno, y la tinta china que comprábamos para el tiralíneas. Eso sí, el olor de tinta de los libros recién abiertos (los de texto del colegio, pero no solo) es inolvidable, como el de los cuadernos apilados en los estantes de madera de la papelería. O el de los caudernillos de caligrafía (Rubio). Las gomas, efectivamente, también me aportan lo suyo. Más de una vez me preguntaba: ¿alguien sacará provecho de verdad de la parte para borrar tinta que llevaban algunas gomas? A mí me estropeaban el papel. Y los primeros rotuladores -¿Carioca?-, ¿quién no les ha añadido unas gotitas de alcohol o incluso colonia para aprovecharlos cuando ya se estaban agotando...? Por ahí aún tengo alguna caja de Alpino.
ResponderEliminarBueno, no sigo. Me ha encantado descubrir tantas conexiones inesperadas. Me gusta que nuestro mundo referencial sea tan poco "aséptico". Las pantallas de hoy día no aportan nada de esto...
Un saludo y gracias por tu interesante y estimulante entrada.
Gracias por tu comentario Nauta. Recuerdo los Carioca, los cuadernos Rubio y un sin fin de artilugios más de aquélla época. Un fuerte abrazo.
EliminarEl sentido del olfato es una de los más primitivos (básicos e instintivos), de los seres vivos. Los animales se reconocen entre sí, el lactante a su madre, el macho a la hembra en el momento del apareamiento y así muchos fenómenos de la naturaleza entran a ese sentido antes que por otros. Para los invidentes es un GPS que permite trazar un mapa de ciudades. Está íntimamente relacionado a emociones porque la corteza olfativa es de las esenciales. El humano no desarrolla adecuadamente este sentido, pero su llamado nos trae inmediatamente situaciones con altísima capacidad de evocación. Por eso que dice NAUTA, "entra por el olfato y llega al corazón", es perfectamente explicable, al final "recordar" significa "traer al corazón"
ResponderEliminarBien traído lo de recordar, sí señor.
EliminarGran observación, querido Leonardo. Un fuerte abrazo
EliminarEstimado Capitán:
ResponderEliminar¡Qué bello por nostálgico texto ha presentado. Tan bello como las palabras que se ha atrevido a introducir. Apenas se encuentran ya usos cotidianos de términos como panoplia, resma. Cuando he llegado a difumino, yo mismo me he sentido desaparecer entre los caballetes de pintura y los óleos con que mi padre ganaba las jornadas de asueto encerrado en la buhardilla pintando o dibujando.
Gracias por sus palabras pues como un tiempo recobrado he entrado en la papelería de mi tío el impresor, tan fragante y ruidosa como la distancia que me aleja de aquel entonces, he recordado que mi abuelo el marino introducía las Parker de contrabando junto con las medias de cristal y el Lucky y el Pall Mall.
Y sin embargo estos olores que como la lluvía se deshacen en el recuerdo son la confirmación de unas vidas, las nuestras, que se vuelven líquidas. Y los olores que ya no olemos serán los recuerdos futuros de nuestros hijos y nietos y alguien escribirá o hablará mañana del olor de los viejos ordenadores y las viejas xbox.
Gracias
Muchas gracias por tu comentario, Anamnesis. Grandes recuerdos y espléndida memoria. Un fuerte abrazo
EliminarMe uno a la felicitación por la entrada. El Grenuille que llevo dentro se ha removido por completo.
ResponderEliminarEs uno de los mejores aromas del mundo. Tuve la suerte de trabajar durante bastante tiempo para una librería de cinco plantas que hay en mi ciudad. Era una delicia para mis sentidos, y un destrozo para mi economía. Esa misma librería tenía una distribuidora de material de papelería. Alrededor de 500 metros cuadrados de maravillas. Allí era como forzar a un bulímico a trabajar en una tienda de chucherías. Y siempre, entre los estantes, ese olor... Alguna vez recuerdo llenarme los pulmones cerrando los ojos.
Hay gente que quiere que vendan ambientadores con olor a coche nuevo. Yo quiero que mi casa huela un día a librería, otro a armario de sábanas de algodón, otro a panadería... Por qué se empeñan en buscar aromas exóticos? Seguramente tendrá que ver con que soy un bicho raro. No soy el público objetivo de Lampe de Berger.
Gracias por la entrada. Me has llevado a un lugar plácido dentro de mi mente.
Un abrazo.
Es un placer saludarte, Rafael y compartir esos recuerdos que parecen comunes. Un fuerte abrazo
EliminarEl olor de una papelería me recuerda vagamente al de un colegio, sólo hay que añadir un punto de aroma a caramelo. Pasan los años, ya demasiados, pero siempre que me llega este olor me retrotraigo a la niñez.
ResponderEliminarGracias por tu comentario. Alfonso; los caramelos merecerían una entrada propia. Un abrazo
EliminarEl olfato como los otros ojos, y ese mar de recuerdos que fluyen al ingresar por nuestra nariz: ese perfume, esa esencia del todo. Las librerías con sus libros nuevos y usados,el peculiar olor de los lápices, ese inconfundible olor del papel. Quién no ha ido por la calle y percibido el perfume de una mujer que ya no existe, que se fue, o que en el mejor de los casos, nos acompaña día a día. Cómo lo han dicho en sus comentarios tanto Nauta, como Leonardo, una bella entrada en su blog Capitán, un cúmulo de recuerdos traídos a memoria por un puñado de artículos de noble uso. Saludos a todos.
ResponderEliminarEvocadoras palabras, amigo Miguel. Las comparto. Un fuerte abrazo
EliminarLos olores nos recuerdan los tiempos pasados...
ResponderEliminarEn mi caso lo hace el cuero. Ese que para algunos es algo repugnante a mi me recuerda el pequeño taller artesano donde mi abuelo hacia guantes de piel para caballero y para señora de una calidad estupenda.
Esas mantas de piel curtida y estirada creaban un ambiente cargado que me será familiar toda mi vida
El cuero es un olor muy evocador, también para mí. Un saludo, amigo Colonio.
EliminarDe mi infancia hay dos olores que han quedado grabados en mi me moria: el olor de los cuadernos nuevos y el de los lápices, sobre todo cuando les sacabas punta (el olor de esas virutas era casi adictivo). Y hablando de lápices y, aunque he usado los Alpino, los lápices que siempre recuerdo son los de la marca Castilla. La imagen que ilustraba la caja me fascinaba: un conjunto de caballeros atravesando un puente y un castillo al fondo del paisaje. Hace unos años encontré una de esas cajas en una vieja papelería y no dudé un momento en comprarla.
ResponderEliminarUna muy bella entrada. Felicidades.
Gracias por tus palabras, amigo Almadolo. Recuerdo los Castilla con su alcázar de Segovia en la caja. un saludo muy cordial.
EliminarMaravillosa entrada que me ha llevado de vuelta a la libreria-papeleria de mi barrio en los dias anteriores al comienzo de cada curso, con el olor a los libros de texto nuevos y a las gomas y lapices que usabamos entonces. Un olor que nunca olvidare y que me identifica como nativo del siglo pasado.
ResponderEliminarCompartimos esa misma experiencia, amigo Trevor. en efecto, son cosas del pasado siglo. Un abrazo
EliminarSi tambien me recuerda al colegio y lo que mas me gustaba era ir a una libreria a escoger utiles escolares entre cuadernos y lapices aunque ahora sigo igual y entro a una libreria y casi siempre salgo con algun block para escribir con mis plumas que nunca estan de mas
ResponderEliminarSe trata de una enfermedad común, amigo Sakura. Yo no puedo salir de una papelería sin algo en las manos. Un fuerte abrazo
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