1.- Usar tinta equivocada.
(foto: Pelikan)
Ya lo hemos dicho en numerosas ocasiones, pero como el error se repite frecuentísimamente y sus consecuencias pueden arruinar para siempre nuestra pluma, conviene recordarlo. La única tinta que puede usarse en una estilográfica es la de base acuosa teñida con anilinas. Ninguna otra debería usarse por alguien poco experimentado; así pues, descartemos tintas chinas, permanentes, tintas de dibujo, pigmentadas, muy saturadas y similares. Éstas están pensadas para usarse con plumilla y palillero o por usuarios expertos en determinadas plumas. Una tinta inadecuada puede acabar con nuestra pluma.
2.- Dejarla caer.
(foto: rhitee93 FPN)
Ya sé que esto le puede pasar a todo el mundo, pero ciertas buenas prácticas harán que sea algo muy improbable. Las plumas siempre caen por el lado malo; caen de punta porque es ahí donde mas pesan. Por tanto, no hay que esperar milagros. Si una pluma cae al suelo, el plumín estará prácticamente condenado al desastre. No hay que dejar la pluma desatendida sobre la mesa; acostumbrémonos a utilizar soportes, cajitas o bandejas donde dejarlas. Si no disponemos de ellos, hay que cerrarla con el capuchón que evitará que ruede gracias al clip, o utilizarla posteada para que el peso sea mayor en la parte trasera. Tampoco es mala práctica usar plumas de las que sea fácil encontrar plumines de recambio a buen precio. No serán de oro, generalmente, pero evitarán muchos disgustos. Para plumas de batalla, una Pilot Metropolitan, una Prera o una Safari, por ejemplo, nos darán grandes satisfacciones y un plumín estropeado se puede cambiar por otro a un coste ínfimo. En el peor de los casos, cuando hay mucho riesgo de caída, una pluma desechable o una Preppy, conseguirán el mismo resultado con el mínimo coste.
3.-No limpiarla.
Una pluma necesita limpieza. No se debe cambiar de color de tinta sin hacerlo. No de debe dejar cargada durante mucho tiempo. No es aconsejable guardarla sin antes haberla limpiado a conciencia. La tinta seca es casi siempre garantía de encontrar problemas la próxima vez que se use, por lo que conviene adquirir desde el principio la costumbre de enjuagarla bien con agua corriente cuando se vaya a guardar o cuando no se use durante mucho tiempo. Cuando el agua salga limpia, estará lista; no es necesario desmontarla y someterla a una sesión profunda.
4.- Apretar.
(foto: cuteline FPN)
Las plumas escriben por contacto, no es necesario apretar al escribir. Ya sé que la teoría la conocemos todos, pero ¿quién no ha cargado algo la mano cuando la tinta no sale a tiempo y el trazo se corta?. El problema, en estos casos, no se soluciona con apretar sino, generalmente, con limpiar el plumín o ponerlo un instante bajo el grifo de agua. Si continúa sin flujo, habrá otro problema, pero en ningún caso solucionable mediante un cruel ejercicio de confiesa o te estrangulo.
5.- Llevarla en los bolsillo junto a objetos de metal
Todas las plumas, y digo bien todas, se rayarán y/o estropearán gravemente si las rozamos contra un objeto metálico, ya sean llaves, navajas, limas, punzones, corta-uñas o teléfonos móviles metálicos. Las plumas deben acarrearse en estuches especialmente reservados para ellas o, en todo caso, sin que compartan espacio en el bolsillo de la chaqueta con ningún otro objeto -incluidas otras plumas- que, inevitablemente, acabarán por rayarlas.
6.- Limpiarlas con productos inapropiados.
(foto: auxilio luego existo)
El agua hace milagros y, como mucho, mezclada con unas gotas de lavavajillas, que actúa como desengrasante, y otras de amoniaco, que actúa de desincrustante. Todo lo demás debe desaparecer para siempre de nuestras mentes. Casos aberrantes: lejía, acetona, aguarrás, lijas, coca-cola (?!). Algunas plumas están fabricadas con materiales muy delicados que no pueden exponerse a soluciones tan agresivas como alguna de las mencionadas o que actuando con otras, como la lejía y el amoniaco o la lejía y el rutenio, desprenden gases tóxicos. Agua, precaución y sentido común.
7.- Desmontarlas
Si no se sabe cómo actuar, es mejor no hacer experimentos peligrosos. Aparte del capuchón y de la rosca del cuerpo, el neófito o el inexperto han de considerar el resto de los componentes de una pluma como un asunto tabú. La impaciencia es muy mala consejera y, a veces, el anuncio de un inminente desastre. Si algo no funciona, se debe preguntar a un experto que indicará la solución o, en todo caso, el camino al taller de reparaciones o el ejercicio de la garantía.
8.- Repararlas
(foto: english.people.cn)
Las plumas son poco dadas a aceptar arreglos caseros a menos que se conozcan muy bien sus características. O se usan los materiales adecuados con pleno conocimiento de causa o se corre el riesgo de provocar una hecatombe. El uso de materiales de fortuna, herramientas inadecuadas o procedimientos improvisados, pueden convertir la simpática ñapa en la tumba definitiva de nuestra amada estilográfica. Arreglar una pluma implica conocerla a fondo así que, a menos que dominemos su mecánica como la palma de nuestra mano, mejor dejar las reparaciones a los profesionales o aficionados avanzados. La paciencia y el avanzar paso a paso, practicando con ejemplares de poco valor o rotos, son buenos consejos en orden a aprender a reparar nuestras plumas.
9.- Dejarlas al sol.
Las plumas son objetos de interior. El sol directo, casi siempre supone un riesgo para sus colores, sus formas o para ambas cosas. Algunos materiales, como la ebonita, cambian por completo de color. Otros, como el urushi, se deterioran. Si el calor es muy fuerte, los plásticos se pueden deformar. Lo mejor es evitar el sol directo y, desde luego, evitar llevarlas a la playa o dejarlas en la mesa de una terraza anadaluza bajo un sol de justicia. El sol y el calor, en el mejor de los casos, resecarán los materiales y los tornarán más opacos, sin brillo, descoloridos.
10.- Decir: "Ésta es la última"
(foto: La Blondina, Flickr)
Este error es insuperable y no hay estilófilo que no lo cometa. Yo lo vengo haciendo desde hace más años de los que quisiera recordar. Nunca se compra la última pluma, pero el error al que me refiero no tiene que ver con la templanza o la economía sino con el diseño de una colección. Si uno no piensa en que vendrán otras, puede caer en la tentación de comprar cualquier cosa que luego, por falta de criterio o de visión de futuro, puede convertirse en un objeto inútil que sobra en nuestra colección. Es preciso darse cuenta de que después de la última, vendrán otras más y que todas formarán parte de nuestra colección. Conviene, pues, seguir un cierto criterio, una línea, un objetivo, para que nuestra colección tenga una mínima coherencia interna que evite errores o arrepentimientos cuando ya no hay solución.
En mi caso, habiendo atravesado diferentes etapas estilófilas y casi siempre con gran cuidado a la hora de elegir mis plumas, no he podido evitar tener ahora ejemplares que son casi únicos en el peor sentido de la palabra, es decir, que no hacen juego con el resto. Si uno tiene una colección de plumas antiguas, ¿qué hace comprando seis o siete carísimas italianas modernas?. Si uno elige concentrarse en al maki-e -por decir algo- ¿que significa a su lado ese extraño grupo de cuentagotas indias transparentes?. Si alguien ha decidido hacer una colección de lujo de Montblanc, ¿para qué compra cuatro Noodler's?
Todo esto es más fácil de decir que de hacer y por eso el coleccionista compulsivo suele amasar una variopinta colección de dificultosa filiación. Es parte de la diversión, sin duda, pero por encima de cierto número de plumas (digamos, 100) hay que ser realista: no se podrá escribir con todas y, por tanto, convendría que su papel en nuestra colección fuera definido de antemano. Toda colección debe tener una cierta lógica interna.
Pero no seré yo quien tire la primera piedra pues, como ya he dicho en algunas ocasiones, no siempre soy el mejor ejemplo de mis propias teorías.