Se trata de una pregunta recurrente: ¿Merece la pena usar una estilográfica frente a la eficacia inmediata de, por ejemplo, un roller?
Como se trata de una cuestión de gustos, hay respuestas para cada uno y, además, si tenemos en cuenta que sobre gustos no sólo hay mucho escrito sino que, a la postre, todo lo que existe en la historia de la humanidad viene a ser un compendio sobre el gusto, la pregunta ha hecho correr ríos de tinta desde tiempos inmemoriales.
Cada instrumento de escritura obedece, en origen, a la satisfacción de una necesidad. A medida que la tecnología avanza, los instrumentos incorporan las novedades y particularidades de cada época. Todo objeto utilitario, en cuanto facilitador de una función, es calificable como idóneo o inidóneo. Una pluma escribe o no escribe. Lo hace bien o lo hace mal. Un roller se desliza suave o rígidamente sobre el papel. Un lápiz escribe boca arriba y un bolígrafo no. Se trata de datos puramente objetivos relacionados con la simple capacidad del objeto.
(foto: pensdirect)
Pero muchos objetos -quizá todos- contienen otro elemento que va más allá de su idoneidad o capacidad y es, ni más ni menos, su belleza. Belleza que cambia con los años de manera que lo que era una simple máquina en el siglo XIX se convierte en una escultura en el siglo XXI porque las máquinas, o los objetos, son diseñados con arreglo a ciertos cánones estéticos que, junto con la tecnología, también son específicos de una época y, por consiguiente, de un estilo, es decir, de una manera de entender el mundo y de construir la realidad con arreglo a un cierto esquema de valores.
Las estilográficas, incluso las modernas, son el maridaje de una tecnología funcionalmente superada con una estética que cada vez se apoya más en la pura y simple belleza. O sea, en el componente artístico considerado en su sentido más amplio y generoso. Y todo objeto artístico se justifica por sí mismo, con independencia de su utilidad, porque el arte, amigos míos, es inútil salvo en lo tocante al placer de su contemplación y disfrute. El arte no sirve para nada pero no podemos vivir sin la belleza que reporta. De un libro de texto se aprende; de la poesía se disfruta.
(foto: Pelikan)
Las estilográficas son, para el coleccionista, mucho más que un objeto funcional. Son obras de arte, modestas, artesanas quizá, pero hermosas. Escribir con ellas es insuflarles vida. Ponerlas en nuestras manos es servirnos de su belleza para crear un mundo particular. Por eso no importa que tengan inconvenientes y que, a veces, su eficacia palidezca ante un simple lapicero que, no lo olvidemos, es capaz de escribir bajo el agua, boca arriba o a 60 grados bajo cero.
El placer que proporcionan las estilográficas es de la misma estirpe que el que proporcionan el arte o la contemplación de cualquier objeto armonioso y bello. La liturgia de preparar, cargar y escribir con pluma es algo añadido y, por tanto, maravillosamente secundario.
Como se trata de una cuestión de gustos, hay respuestas para cada uno y, además, si tenemos en cuenta que sobre gustos no sólo hay mucho escrito sino que, a la postre, todo lo que existe en la historia de la humanidad viene a ser un compendio sobre el gusto, la pregunta ha hecho correr ríos de tinta desde tiempos inmemoriales.
Cada instrumento de escritura obedece, en origen, a la satisfacción de una necesidad. A medida que la tecnología avanza, los instrumentos incorporan las novedades y particularidades de cada época. Todo objeto utilitario, en cuanto facilitador de una función, es calificable como idóneo o inidóneo. Una pluma escribe o no escribe. Lo hace bien o lo hace mal. Un roller se desliza suave o rígidamente sobre el papel. Un lápiz escribe boca arriba y un bolígrafo no. Se trata de datos puramente objetivos relacionados con la simple capacidad del objeto.
(foto: pensdirect)
Pero muchos objetos -quizá todos- contienen otro elemento que va más allá de su idoneidad o capacidad y es, ni más ni menos, su belleza. Belleza que cambia con los años de manera que lo que era una simple máquina en el siglo XIX se convierte en una escultura en el siglo XXI porque las máquinas, o los objetos, son diseñados con arreglo a ciertos cánones estéticos que, junto con la tecnología, también son específicos de una época y, por consiguiente, de un estilo, es decir, de una manera de entender el mundo y de construir la realidad con arreglo a un cierto esquema de valores.
Las estilográficas, incluso las modernas, son el maridaje de una tecnología funcionalmente superada con una estética que cada vez se apoya más en la pura y simple belleza. O sea, en el componente artístico considerado en su sentido más amplio y generoso. Y todo objeto artístico se justifica por sí mismo, con independencia de su utilidad, porque el arte, amigos míos, es inútil salvo en lo tocante al placer de su contemplación y disfrute. El arte no sirve para nada pero no podemos vivir sin la belleza que reporta. De un libro de texto se aprende; de la poesía se disfruta.
(foto: Pelikan)
Las estilográficas son, para el coleccionista, mucho más que un objeto funcional. Son obras de arte, modestas, artesanas quizá, pero hermosas. Escribir con ellas es insuflarles vida. Ponerlas en nuestras manos es servirnos de su belleza para crear un mundo particular. Por eso no importa que tengan inconvenientes y que, a veces, su eficacia palidezca ante un simple lapicero que, no lo olvidemos, es capaz de escribir bajo el agua, boca arriba o a 60 grados bajo cero.
El placer que proporcionan las estilográficas es de la misma estirpe que el que proporcionan el arte o la contemplación de cualquier objeto armonioso y bello. La liturgia de preparar, cargar y escribir con pluma es algo añadido y, por tanto, maravillosamente secundario.
Totalmente de acuerdo, son mini obras de arte, que se disfrutan usando y admirando.
ResponderEliminarGracias por tu comentario Zaida, si hay algo más satisfactorio que disfrutar de algo es compartir esa emoción con otra persona.
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