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Reflexiones sobre el Rococó (...y las Ediciones Limitadas)

Hay una peligrosa frontera que separa el lujo de la ostentación. Definir el punto en que la calidad suprema necesita, además, reconocerse,  es hablar del momento en que la mera obra de arte se transforma en un fenómeno kitsch. El arte es una experiencia interior, algo parecido a la mística o al espacio vivencial profundo, mientras que el reconocimiento público, aunque sea artístico, es una operación no esencial, sino pura y radicalmente social.  Por eso el éxito y la genialidad, cuando se habla de grandes artistas, se convierte en una relación directa totalmente irrelevante.

Hasta hace bien poco, las estilográficas tenían una belleza eminentemente funcional. Había concesiones estéticas, desde luego, pero eran más un acompañamiento que un objetivo. Un diseño era  atractivo porque resolvía problemas con elegancia formal. Y si la solución venía acompañada de materiales armónicos o de colores atractivos, mucho mejor.

En pleno declive de la  estilográfica frente a la competencia de los nuevos instrumentos de escritura, los fabricantes buscaron nuevas maneras de atraer clientes y procuraron, en la medida de lo posible, ofrecer algún valor añadido a sus viejos modelos. En aquella época, alrededor de los años 70 del pasado siglo, las plumas eran las mismas pero se fabricaban con materiales especiales o en ediciones conmemorativas de algún evento famoso. Como ejemplo citaremos la Parker 75 Queen Elisabeth, una pluma perfectamente normal pero realizada con el bronce de los ojos de buey del transatlántico hundido en Hong Kong. Por entonces, la mayoría de las marcas ofrecían ediciones especiales en oro  o plata de sus modelos habituales.


(foto: FPN)

Pero a partir de los años 80, los fabricantes -italianos sobre todo-  descubrieron las ediciones limitadas que  comenzaron a aparecer tímidamente hasta convertirse, al poco tiempo, en un fenómeno internacional al que todas las marcas se apuntaron, hasta el exremo de conmemorar eventos tan dispares como el nacimiento de un escritor, la celebración de un Mundial de Fútbol o el aniversario de la creación de un modelo de automóvil. Todo valía porque la cuestión no radica en el motivo sino en la idea de que se trata de modelos muy especiales limitados en número y, por tanto, objetos coleccionables de gran valor.

(foto:nibs.com)

Actualmente, el mercado de las ediciones limitadas y especiales se ha convertido en un fenómeno descontrolado en el que los fabricantes compiten entre sí por desbancar a la competencia a base de modelos cada vez más intrincados y barrocos, hasta el punto de olvidar casi por completo el aspecto funcional de la pluma y convertirla en una joya en la que, por pura casualidad, aparece colocado un plumín y que, para colmo, se hace formar parte de juegos completos de accesorios que incluyen encendedores, gemelos o pasadores de corbata.


(foto: Pen Donor, FPN)

El barroquismo de hace unos pocos años se ha convertido ya en un desenfrenado rococó, una búsqueda desesperada de lo ostentoso, lo original, lo extremo. Algo que sirva para "epatér le bourgeois" y atraer su atención y, sobre todo, su bolsillo. Se crean plumas desaforadas que no sirven para escribir porque, aunque se intente, apenas se consigue dadas sus intrincadas formas y nula funcionalidad pero, sobre todo, porque su valor no radica en absoluto en su capacidad utilitaria sino en su exclusividad, su originalidad o su precio. Todo lo cual, sorprendentemente, contradice su capacidad primigenia, de manera que estas plumas, si son usadas, pierde una gran parte de su valor.

(foto: Akkerman)



(foto: pinterest)




(foto: Montblanc)


Como el prudente lector habrá adivinado ya a estas alturas, no soy muy amigo de estos excesos rococó. Prefiero las líneas puras, simples y elegantes. Aprecio la decoración y estimo los materiales hermosos que añaden belleza al instrumento que uso, pero me cuesta dejar de utilizar algo si con ello lo deprecio. Por eso no me importa escribir con una maki-e de miles de euros o con una humilde pero perfecta Metropolitan; pero me resisto a conservar en una vitrina un ingobernable y recargado objeto  que apenas parece una pluma y que solo busca impresionar al generalmente ingenuo e inexperto comprador de exclusividad o de puro lujo.



Comentarios

  1. Magnífica recopilación de excentricidades; echo en falta la Montegrappa Chaos (con su correspondiente reloj a juego) para completar lo que, en mi opinión, resulta el museo de los horrores de la estilografía.
    Evidentemente, tampoco yo soy amigo, generalmente, de las ediciones limitadas ni de los excesos, incluido el exceso en precio (una MB Hemingway, por el contrario, sí que me atrae).

    Un saludo.

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    Respuestas
    1. Gracias Mario. En efecto, la Chaos es una redundancia, y la Hemingway, coincido contigo, es otro tipo de exceso. Un saludo muy cordial

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  2. Gerd A. Müller estará revolviéndose en su tumba.
    Simpático freak show.

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  3. Mejor no hacer cuentas de la cantidad de plumas geniales que se vendrían a casa con un presupuesto de la tercera parte del valor de alguna de estas. Porque se cae en depresión.
    Saludos. Martín

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    Respuestas
    1. Un buen puñado, amigo Martín, un buen puñado... Gracias por tu comentario

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    2. Con decirte que hoy voy a correos a recoger un par de Serwex... No creo que se pueda catalogar a las Serwex de buenas plumas, pero con lo que cuesta una de estas me compro toda la línea de producción... XD

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  4. Que horror, vaya engendros. Algunos diseñadores tendrían que ir a la cárcel por delitos de lesa humanidad

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    Respuestas
    1. " El sueño de la razón produce monstruos", ya lo dijo el genial Goya. Un saludo muy cordial, Alfonso

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