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El coleccionista imposible

Hay muchos que se han dedicado a analizar el coleccionismo como una pulsión obsesiva; otros, han estudiado y determinado sus fases. Algunos, han pretendido dotar de sistemática al proceso y han establecido reglas lógico-estructurales.
En realidad, lo único que se sabe del coleccionista es que no hay quien lo entienda del todo. Salvo para aquellos que lo consideran una inversión y, por tanto, siguen las reglas de una profesión y del mercado, para la generalidad es una afición que proporciona interminables horas de entretenimiento y concentración. Claro que esta afición, aunque suele moverse en el terreno de lo mensurable, puede adquirir proporciones monstruosas. En calidad o cantidad.
En Madrid hay un monumento al coleccionista desaforado en ambos aspectos. Es el Museo Lázaro Galdiano. Don José, su protagonista, era el protocoleccionista, el paradigma del buscador, el archiacumulador de objetos. Lo que se ve en su antigua casa es solo una pequeña muestra de lo que consiguió reunir en su larga y provechosa vida. Coleccionó casi todo lo que en su época estaba relacionado con las bellas artes, la pintura, la escultura y las artes decorativas o la simple artesanía. Desde cuadros hasta esmaltes pasando por armas, antigüedades, monedas y medallas. Todo. No hay más porque no le dió más tiempo. Don José es el modelo del coleccionista total que no deja nada de lado.
En nuestra época, el coleccionismo alcanza prácticamente a cualquier manifestación artística, histórica o industrial. Nada escapa al interés o a la pulsión acumulativa de los aficionados. Hay colecciones para todos los gustos y, como el mercado global lo permite, cualquier colección adquiere rango universal y se convierte, por eso mismo, en inabarcable, en imposible y perpetua. Es como si en las colecciones de cromos de nuestra infancia siempre hubiera nuevas páginas por rellenar.
En el mundo de la estilográfica, aparentemente tan pequeño, hay un coleccionismo rampante. En alrededor de cien años de producción de plumas, el mundo se ha llenado de modelos y de marcas y, milagrosamente, todas con una asombrosa capacidad de resistencia de tal modo que es perfectamente posible seguir escribiendo con ejemplares fabricados hace más de cien años. Además, hay dos factores muy favorables para el coleccionista de estilográficas: un precio razonable y un tamaño reducido. Es posible tener una gran colección en poco espacio y con relativamente pequeña inversión.
En el mundo de la estilográfica hay infinidad de páginas que brindan consejos sobre cómo hacer una colección. Todas coinciden en una cosa: coleccionarlo todo no es posible. Hay que enfocar la afición hacia una marca, un modelo, un color, un país... y aún así, será imposible terminarla.
Yo pertenezco a la categoría de coleccionista anárquico como el susodicho Don José. Me gustan todas las estilográficas y por diferentes razones de modo que, poco riguroso como soy, he decidido adquirir las piezas que me gustan, ya sean antiguas, modernas, grandes, pequeñas, baratas o, las menos de ellas. caras. No las compro por inversión aunque es cierto que algunas piezas se han revalorizado notablemente respecto del precio que pagué por ellas.
Para invertir seriamente en plumas estilográficas hay que seguir algunas reglas básicas. No hay que usarlas, no hay que grabarlas, no hay que perder el embalaje original, deben ser raras, caras y, si es posible, limitadas por cualquier razón. Demasiadas exigencias para quien apetece de escribir con ellas y, como se ha dicho, poco aplicable a quien esto escribe. Mi colección, como la del Sr. Lázaro Galdiano, salvando las distancias, está solo guiada por el gusto y el criterio de oportunidad y casi nunca por el valor intrínseco de cada pieza.
Actualmente hay un factor bastante fiable que ayuda a distinguir al coleccionista profesional -o casi- del usuario aficionado. El precio. Por encima de 300 euros, aproximadamente, cualquier pluma moderna es un objeto de colección, de lujo, de inversión o las tres cosas a la vez. Ni las cualidades funcionales o mecánicas de estas piezas justifican un precio que, en la totalidad de las ocasiones, se basa en su valor añadido: tiradas limitadas, uso de materiales preciosos, prestigio de marca o intervención de un artista singular en la decoración de la pieza. En todos estos casos, no se paga un instrumento de escritura sino un objeto con alguna característica especial que lo hace singularmente apreciado. Pero escribir, lo hacen perfectamente las plumas de 2 euros.
En mi opinión, las mejores plumas modernas en términos funcionales son las japonesas. Cualquiera de las tres grandes marcas, Pilot-Namiki, Platinum-Nakaya o Sailor, fabrican instrumentos técnicamente inmejorables. Hoy en día, no creo que nadie consiga mejorar  los plumines de Sailor, la fiabilidad de Pilot o la belleza de las Platinum-Nakaya. En conjunto, son las mejores estilográficas del mundo y, salvo excepciones, se ofrecen a precios más que razonables para su extraordinaria calidad.
Frente a la incontestable calidad nipona, las plumas europeas modernas oponen, en esencia, dos tácticas de defensa que se ejemplifican en dos países: el lujo y estilo de las plumas italianas y la sobriedad y prestigio de las alemanas.
Las primeras están llenas de ediciones limitadas y de imaginación barroca. Cualquier excusa es buena para hacer una edición conmemorativa, pero su calidad mecánica y funcional suele ser mejorable salvo famosas excepciones como las Omas.
Las segundas, especialmente Pelikan, se centran más en la fiabilidad y buena mecánica aunque tampoco desdeñan el filón de las ediciones limitadas; en este caso, más orientado hacia el coleccionista exigente a través de sus ediciones maki-e.
Montblanc,  por su parte, desde que en 1993 fue adquirida por el grupo Vendôme, descubrió el mundo del lujo y la exclusividad gracias a la fama y el valor añadido que la marca había ido adquiriendo en ciertos círculos profesionales y empresariales. Ello ha terminado por convertirla en un símbolo de estatus semejante a conducir un Ferrari o lucir un Rolex.  El hecho de que su línea comercial incluya relojes, perfumes y pañuelos, entre otras cosas, es ilustrativo de su orientación actual.
Por otro lado, Alemania también combate en otras divisiones como la de la pluma de batalla, ofreciendo productos de calidad a buenos precios. El diseño es su mejor arma y Lamy, el mejor ejemplo.
Finalmente, haré una referencia a las plumas estadounidenses.  La industria allí han experimentado una profunda transformación. Junto a los clásicos Parker, Sheaffer, en patente retroceso, se aprecia un renacimiento de pequeñas marcas, casi artesanales, muy imaginativas, que están a la vanguardia de una nueva oferta basada en el diseño y en precios razonables. Sin embargo, han perdido la batalla de la pluma barata y la de trabajo en favor de las japonesas modelos a los que obviamente persiguen.
Suum quique.
En resumen: si uno solo quiere escribir, debe fijar su atención en las plumas japonesas. Indesmayables, indestructibles, hermosas en su sencillez y audaces en sus apuestas tecnológicas. Si se quieren coleccionar obras de arte aplicado, hay un mundo entero por descubrir en el urushi y, sobre todo, en el maki-e. Ahí no hay límite de precios porque dependerá de la firma del artista. Estas plumas no se usan.
Si alguien decide coleccionar para invertir, además del maki-e, habrá de atender a las ediciones limitadas, especialmente alemanas. La suerte será desigual. Ciertas ediciones se revalorizan mucho y otras nada en absoluto. Es como comprar cuadros a pintores primerizos. Uno nunca sabe cuál triunfará. Tampoco se podrán usar las plumas.
Por último, si no se quiere nada y se quiere todo, se hará como yo, acumulando estilográficas de diversas clases, estilos y funciones. Tengo plumas para admirar, otras para disfrutar escribiendo y otras llenas de recuerdos sentimentales. Cada una, o cada clase si se prefiere, aporta su grano de arena a este mundo. En realidad, la colección, como se ve, no existe más que en la imaginación del que la mira.

Comentarios

  1. Que buena entrada, me identifico mucho con todo lo que dices.

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    1. Muchas gracias por tu comentario, Trevor, me alegra verte por aquí. Un abrazo

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